BONSAI
En este primer post y
como tarjeta de presentación, quisiera hablar de la experiencia bonsái para el
que practica este arte japonés.
Se dice que la belleza
está en el ojo del que mira. Este concepto que desde el punto de vista
occidental parece darnos una idea pasiva (somos receptores de la belleza de la
obra) en el caso oriental en general, y en la obra bonsái en particular,
requiere una participación más activa del observador.
La obra bonsái, como bonsái-arte,
debe facilitar al observador (como ocurre con todas las artes finas japonesas
en lo referente a la implicación del observador y a su naturaleza
impresionista) su traslado a un lugar imaginario que abarca desde una imagen
mental de algo bonito hasta un estado meditativo, que encuadro dentro del
concepto de lo sublime. La primera mirada para el observador no preparado se
suele dirigir únicamente a la obra, dentro de una visión muy superficial, que
separa objeto (la obra bonsái) del sujeto (autor o practicante), sin
profundizar en la unicidad de ambos.
Dice Junsun Yamamoto en
su obra BONSAI NO BI (La belleza del bonsái) – libro prologado por el querido
Kimura Sensei: “….la mayor diferencia
entre una planta ordinaria en una maceta y un bonsái: El bonsái tiene un
componente escénico añadido. El recipiente proporciona un marco para una
particular vista o paisaje. Bonsái es mas que una búsqueda de la belleza de su
forma; es un mundo espiritual, artístico por sí mismo que presenta un paisaje
imaginario que nos muestra como crece un árbol en particular, y en que
entorno”.
La escuela a la que
pertenezco define al bonsái como:”árbol
en maceta, vivo, miniaturizado y modelado según una determinada estética” -
para algunos estética zen y para mí, estética japonesa. Yo añadiría ”…capaz de representar un paisaje infinito”.
Sankaku.
BONSÁI COMO MICHI
Cuando empezamos a
practicar bonsái en Occidente, pensamos que educamos un ser vivo para mejorarlo
(en el sentido japonés, ”yokunaru” (良くなる), según el cual,
mejorar algo es hacerlo más bello) hasta que comprendemos que es ese ser vivo
el que también nos educa a nosotros.
Desgraciadamente, casi
siempre en Occidente tenemos una visión finalista, con la idea presente todo el
tiempo del “resultado” (la obra bonsái: el árbol o la técnica alcanzada). Es
facilísimo permanecer en esa visión, sobre todo cuando se tienen pronto buenas
obras o se alcanza una gran técnica.
Sin embargo, el bonsái
es un “michi” (道),
una vía que va más allá de esa idea de resultado. Así, cuando se hace bonsái,
se comienza a hacer bonsái-do, el bonsái es un medio para mejorar también
nosotros mismos, un medio que nos facilita la elevación del espíritu.
Así, el bonsái recoge la
confluencia de dos voluntades, de la interacción entre dos seres vivos. Por un
lado la voluntad del bonsaísta (la más evidente, y que lleva al bonsái a la
categoría de geijutsu (芸術)
y por otro, la voluntad biológica, la fuerza de la naturaleza que nunca
debe olvidarse.
Quizás la comprensión de
esta interacción eliminara muchas polémicas en Occidente en los niveles más
generales de discusión sobre el bonsái. También ayudaría a cambiar la idea de
muchos practicantes de este arte, que no tienen reparo en repetir en foros
frases del tipo: “Nosotros educamos a un ser vivo para mejorarlo”,
interpretando, como he dicho al principio, el término yokunaru en un único
sentido, que en lugar de hacernos mejorar, nos lleva todo lo contrario, suplantar
erróneamente a la Naturaleza, creando en la mayoría de los casos una
aberración, tanto en la obra como en su autor.
Pese a todo, el bonsái
no termina tras un momento creativo determinado por parte de su autor, sino que
vive un proceso continuado durante su vida, en el que poco a poco la presencia
del hombre se va diluyendo, tomando cada vez mas fuerza y presencia la
característica y exigencias del árbol. En este proceso de dilución, no de
desaparición, el bonsaísta conoce, comprende, y me atrevería a afirmar que
“llega a fundirse” con el bonsái, por lo que el proceso creativo parece más
bien dirigido por el árbol (quizás mejor decir por la fuerza de la Naturaleza)
que se crea a sí mismo, con la ayuda (y no la imposición) del hombre
Los japoneses hablan de
“mochikomi” (持込) “pegar los años a la cosa”. En el bonsái
es patente el proceso de pátina que pega los años al árbol, haciendo cada vez
menos visible la mano del hombre, y haciéndolo mejorar. Lo que es menos patente
es como al practicar bonsái, el hombre, al pegársele también los años, mejora
su propia pátina.
Sankaku
Kirasagi
Acabamos de
entrar en Kisaragi, que es el nombre tradicional japonés para el mes de
febrero.
Los caracteres
kanji que componen su nombre significan “ponerse más ropa” , ya que es un mes muy frío en Japón.
En la
actualidad, a principios del mes de febrero se celebra el Setsubun (cambio de
estación de invierno a primavera). Se produjo el pasado 3 de febrero, siendo
una fiesta equivalente (salvando las distancias) a nuestra Nochevieja, y en la
que se celebran ritos para limpiar la maldad del año anterior y alejar a los
demonios en el nuevo año.
Quizás la
costumbre más popular sea Mamemaki, en la que un miembro de la familia se pone
una máscara de Oni (demonio) y los demás le lanzan semillas de soja,
gritándole: ¿Oni wa soto! Fuku wa uchi! (¡Fuera demonios! ¡que venga la
fortuna!)
Pero para los
que hacemos bonsái, el término tiene un particular interés.
Así, según el
antiguo calendario lunar, Kisaragi se escribía con kanjis diferentes , significando “el renacer de las plantas y
los árboles”, y así fue usado hasta el período Heian. Kirasagi era, según dicho
calendario, el segundo mes de invierno (enero, febrero y marzo), comenzando la
primavera “lunar” en abril.
El despertar
de nuestros árboles y plantas es un momento único en el año, fuente de fuertes
vivencias sensibles – sentimiento de la vida que “renace” otro año y de nuestra
comunión con otros seres vivos.
Además, es el
momento en el que hay que estar vigilantes, cuidando el despertar ( o renacer)
de nuestros bonsáis y preparar e iniciar los trabajos primaverales.
Sankaku