Existe un bosque, no muy
lejos de donde nos encontramos, en el que habitaba, no hace mucho tiempo, un
Maestro Camaleón. Su avanzada edad había cimentado en él lo que consideraba una
técnica perfecta. Al fin y al cabo le había permitido sobrevivir y por ello
recibir la consideración de sus congéneres. Con posiciones y desplazamientos
lentos, se adaptaba a las formas de cada entorno, haciendo que su figura fuese
casi imposible de distinguir aún cuando se movía. Podía conseguir en su piel
tonos que lo hacían confundirse con una rama, con un trozo de corteza o con una
verde hoja entre otras. Desde su aparente inmovilidad podía generar un
movimiento explosivo que lanzaba su veloz lengua hacia su objetivo con cierta
precisión. Sus ojos captaban todo lo que ocurría a su alrededor sin que su
atención quedase atrapada por nada en particular. Su espíritu estaba en
constante alerta, aunque confiado en su técnica y en la experiencia de los
años, a menudo desataba sus pensamientos llenando el vacío de su mente.
Estas habilidades eran
envidiadas y admiradas por otros muchos animales, y desde su invisibilidad
podía oír con frecuencia los elogios que le dedicaban. Esto era muy de su
agrado pues pensaba que era una pequeña recompensa por su esfuerzo en
mantenerse activo y convertir la tarea de sobrevivir en un Arte.
Solitario, deambulaba
como un fantasma por los árboles, ocultándose a sus enemigos y utilizando sus
habilidades para cazar. A veces se paraba a observar la técnica de otros
camaleones y encontraba en ella tantos fallos que se sorprendía que no pasaran
hambre e incluso de que no estuviesen ya muertos.
Hacia ya algún tiempo
que empezó a acompañarle un joven camaleón, que admirado por sus cualidades y
en su afán por superarse, se había convertido en su pupilo. Ambos solían
compartir un mismo árbol y así, el Maestro Camaleón podía ser observado con
atención por el aprendiz.
Cierto día, desde la
atalaya de una rama, distinguieron entre unos arbustos la entrada a una extraña
madriguera. El joven camaleón lleno de curiosidad y con la seguridad que nace
del inconsciente ímpetu juvenil, descendió del árbol y se dispuso a averiguar
que animal la habitaba. El Maestro Camaleón se quedó observando desde la rama
como si parte de ella se tratara.
Al cabo de un buen rato
el joven camaleón regresó y le dijo a su maestro: ¡La madriguera está ocupada
por un camaleón! Al verlo, me quedé petrificado por la sorpresa. A pesar de no
tener muchos años, noté que dominaba la técnica de la absoluta inmovilidad,
parecía no tener vida. Desde esa posición sentí como me observaba buscando mis
puntos fuertes y débiles, tratando de analizarme al instante. Sin duda es un
joven maestro a la búsqueda de un constante mejoramiento.
El Maestro Camaleón,
algo incrédulo, y dudando del buen criterio de su pupilo, decidió comprobar por
si mismo la valía del joven maestro. Seguro de su habilidad mimética y de sus
años acumulados de experiencia, decidió al principio demostrar que podría
llegar a observarlo sin que él percibiese su presencia. Convertido en una piedra
grisácea, permaneció durante horas a la espera de que se mostrase. Comenzaba a
atardecer. Pronto oscurecería y el suelo no era un terreno propicio para que le
sorprendiera la noche, por lo que decidió no dar por perdido el esfuerzo
invertido y saciar su curiosidad asomándose a la entrada. Con una desesperante
lentitud, poco a poco se fue acercando. Su piel cambiaba gradualmente del color
de la pizarra al ocre arcilloso y de este al verde de la hierba fresca. Al fin
llegó a la entrada de la singular madriguera, y observó que no estaba excavada
en la tierra como otras que había visto, sino que era mas bien un pasadizo
entre los arbustos, y justo en el centro del mismo, en una total inmovilidad,
su experimentada visión distinguió a otro camaleón que le miraba directamente
con uno de sus ojos. Su instinto no le reconoció como un peligro y el Maestro
Camaleón, divertido por la ingenuidad de su congénere pensó:
Este novato no vivirá
mucho más con esta técnica. ¡Cómo se le ocurre estar tanto tiempo en el suelo y
no acogerse a la seguridad de los árboles! Sin duda, la inexperiencia de mi
pupilo ha dejado volar su imaginación, pues además de no ser joven, este
camaleón tiene aún muchos fallos en su camuflaje. No me extraña que no se
atreva a moverse. Además, aunque quisiera hacerlo seguro que lo hará de forma
torpe e insegura, por lo gorda que tiene la panza. Quizás se cebó en un
hormiguero. Su espíritu está claramente distraído, su mente lo absorbe en
pensamientos y consideraciones que anulan su capacidad de reacción. En este
momento podría ser devorado por una serpiente o por un zorro. Debería
esforzarse mas en mejorar y no conformarse con su extraña y deficiente técnica,
aunque al parecer, la haya dado algún resultado hasta ahora.
Pensando esto se dio la
vuelta apresuradamente para volver a la protección de las alturas, y el novato
camaleón hizo exactamente el mismo gesto al otro lado del trozo de espejo que
estaba apoyado en los arbustos.