BONSAI COMO MICHI
Cuando empezamos a practicar bonsái en Occidente, pensamos que educamos un ser vivo para mejorarlo (en el sentido japonés, ”yokunaru” (良くなる), según el cual, mejorar algo es hacerlo más bello) hasta que comprendemos que es ese ser vivo el que también nos educa a nosotros.
Desgraciadamente, casi siempre en Occidente tenemos una visión finalista, con la idea presente todo el tiempo del “resultado” (la obra bonsái: el árbol o la técnica alcanzada). Es facilísimo permanecer en esa visión, sobre todo cuando se tienen pronto buenas obras o se alcanza una gran técnica.
Sin embargo, el bonsái es un “michi” (道), una vía que va más allá de esa idea de resultado. Así, cuando se hace bonsái, se comienza a hacer bonsái-do, el bonsái es un medio para mejorar también nosotros mismos, un medio que nos facilita la elevación del espíritu.
Así, el bonsái recoge la confluencia de dos voluntades, de la interacción entre dos seres vivos. Por un lado la voluntad del bonsaísta (la más evidente, y que lleva al bonsái a la categoría de geijutsu (芸術) y por otro, la voluntad biológica, la fuerza de la naturaleza que nunca debe olvidarse.
Quizás la comprensión de esta interacción eliminara muchas polémicas en Occidente en los niveles más generales de discusión sobre el bonsái. También ayudaría a cambiar la idea de muchos practicantes de este arte, que no tienen reparo en repetir en foros frases del tipo: “Nosotros educamos a un ser vivo para mejorarlo”, interpretando, como he dicho al principio, el término yokunaru en un único sentido, que en lugar de hacernos mejorar, nos lleva todo lo contrario, suplantar erróneamente a la Naturaleza, creando en la mayoría de los casos una aberración, tanto en la obra como en su autor.
Pese a todo, el bonsái no termina tras un momento creativo determinado por parte de su autor, sino que vive un proceso continuado durante su vida, en el que poco a poco la presencia del hombre se va diluyendo, tomando cada vez mas fuerza y presencia la característica y exigencias del árbol. En este proceso de dilución, no de desaparición, el bonsaísta conoce, comprende, y me atrevería a afirmar que “llega a fundirse” con el bonsái, por lo que el proceso creativo parece más bien dirigido por el árbol (quizás mejor decir por la fuerza de la Naturaleza) que se crea a sí mismo, con la ayuda (y no la imposición) del hombre
Los japoneses hablan de “mochikomi” (持込) “pegar los años a la cosa”. En el bonsái es patente el proceso de pátina que pega los años al árbol, haciendo cada vez menos visible la mano del hombre, y haciéndolo mejorar. Lo que es menos patente es como al practicar bonsái, el hombre, al pegársele también los años, mejora su propia pátina.
Sankaku
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